Joer, ¡¡madre mía!! Qué cacharro, qué máquina. Y está sola. A ver. Nadie a la izquierda, nadie a la derecha.... nadie.... Venga, mientras tanto, voy a tirarle una foto. Pues nada. Ya, pero desde aquí hasta el coche hay un buen trecho. ¿Y sí cuando estoy a medio camino con ella a cuestas viene el dueño y el gigante de su papá me pone la conciencia colorada... y, de paso, la cara colorada también? ¡¡Que bochorno!! Pero es que parece que está ahí para mí, para que aprenda de una jodida vez a montar en bici. ¿Qué?
Y es que casi treinta años antes estoy, con una máquina parecida, sin ruedecitas y un poco más grande, en el Parque del Retiro de mi Madrid. Hace dos días que me he comprado una bicicleta. ¡¡Mi primera burra!! Mi Madre ya puede ponerse como quiera ponerse que me he comprado una bici y voy a terminar de aprender a montar. ¡¡Ni casco ni leches!! Me monto. Me mantengo en equilibrio. ¡¡Bien!!. Echo a andar y pedaleo, y pedaleo, y pedaleo, y.... me mareo, me mareo, me mareo.... Paro. Y me tengo que acostar en uno de esos bancos de piedra fresquitos del Retiro: ¡¡Una Pájara!!. Eso les pasa a todos los deportistas.
Cuatro días después de la pájara otra vez en el Retiro. Me monto, pedaleo, pedaleo, me viene uno cerca, me acorrala y... ¡¡Zaaaaas!! Tropiezo con.... algo y..... Heridas múltiples. La más dolorosa en la autoestima.
Aprender, seguro que voy a aprender a montar en bicicleta, pero me estoy jodiendo la espalda....¡¡ayyyyyy!!!