miércoles, 28 de noviembre de 2012

Estambul


Estambul, originalmente cargada por Jesús Figueroa Salán.

Mi amigo Pascual sabía que en Septiembre habíamos estado una semana de vacaciones en Estambul. Yo se lo había dicho.

--- Fíjate por dónde (me contestó Pascual) que yo tengo que ir pronto allí a resolver unos asuntos.
--- Qué asuntos (le pregunté inocente de mí).
--- Unos asuntos... (Y pascual no dejó posibilidad a continuar con el tema de Estambul)

La semana pasada recibí un correo electrónico de Pascual. "Ayúdame Jesús. Por favor. Ponte al habla con Zhacary…" No decía nada más. No le hice mucho caso porque como mi amigo Pascual Güito está siempre jugando a los detectives pensé que era una broma. Que va. ¡¡Madre mía!! No sé si contarlo o no. ¿Qué hago? (Valor Jesús, de cobardes no hay nada escrito)

Esta misma tarde he llamado a Zacarías que es como se llama el novio de Pascual. Casi llorando me ha dicho que la última vez que había hablado con Pascual fue hace cinco días en el Puente Gálata de Estambul. Allí se cortó la comunicación.

--- Zhacary, ¿Qué estaba haciendo en Estambul Pascual? (le pregunté)
--- Le habían encargado, y no puedo decirte quién, que siguiera a un ejecutivo de una gran empresa para confirmar que estaba pasando secretos a la competencia. Pascual tenía que espiar a un posible espía. Sabía que el directivo tenía que verse con alguien del mundo árabe en el Bazar Egipcio, también llamado de las especias. ¡¡Fíjate!! (Y en este punto Zacarías se soltó a llorar a moco tendido).
--- Cálmate Zhacary. Habrá que hablar con el Cónsul español en Estambul. Seguro que a Pascual no le ha pasado nada.

--- ¿Que no? Cómo no voy a llorar. Hace un ratito he recibido un SMS de Pascual diciéndome: “Lo siento Zhacary, he conocido a Hamed, me he enamorado y me quedo a vivir en Estambul”.

martes, 27 de noviembre de 2012

Ribavellosa (La Rioja) - otoño de 2012


Sí, escucha. Escucha. No hables. Haz lo que yo te vaya indicando.

Lleva la flechita de tu ratón a la zona media de la foto. Apreta el botón izquierdo. ¿Ya? Verás que es la misma foto pero con el fondo en negro. Es mejor.

Lleva tu vista a un punto casi negro abajo a la izquierda. Desde allí sigue el camino hasta, más o menos, el centro de la foto. Sube la vista y quédate en una zona amarilla. No parpadees durante ocho segundos. Ni más ni menos: ocho. Después, cierra los ojos durante otros ocho segundos y luego los abres despacio. Despacito. Y te vas a...

Claro... estás dentro. ¿Me ves? Qué tal... respira hondo como me ves que yo estoy haciendo. Sí, sí… puedes reírte. Sigue respirando despacito por la nariz. Lleva tu atención ahora a las palmas de las manos. Estate un ratito en las palmas. Un ratito… Sigue andando a mi lado. A que no estoy tan gordo. ¿Te gusta mi gorra? Sigue respirando despacito. ¿Estás bien?... Qué bien huele. Hace fresquito. Seguimos andando. Y ahora: cierra los ojos durante doce segundos....

Qué bien huele el otoño ¿a que sí?

martes, 13 de noviembre de 2012

Qué bien huelen las mujeres.


--- Qué...
--- Perdón. ¿Es a mí?.
--- Claro, a quién si no.
--- Sí, Dígame.
--- Pero, hombre de Dios, ¿no tenía hoy que escribir un cuentecito sobre mujeres que huelen a diosas?
--- Pues no me acuerdo. ¿Le dije yo que....?. No me acuerdo. El caso es que este fin de semana hemos estado en Guipuzcoa y...

martes, 6 de noviembre de 2012

Mi Sirena.


Mi Sirena., originalmente cargada por Jesús Figueroa Salán.

Ya la conocía. La había visto en variadas ocasiones. Caminando solo o acompañado siempre la miré. Y me gustaba. Pero, ay amigos, el amor es traicionero. Se esconde, el muy maligno, en cualquier soplito de aire. No sé que va a ser de mí a partir de ahora. ¡¡Ay!!.

Ocurrió este sabado pasado. Subía con mi cámara hacia la Plaza Mayor de mi Segovia. Iba alegre y disfrutando del otoño húmedo. Llegué a la plaza y saludé, como siempre hago, a mi amigo Juan Bravo dándole las gracias por eso de los Comuneros. Vi a su hermana a lo lejos. Moví la cabeza y la miré. ¡¡Zas!! Mis ojos fueron a sus ojos y luego a sus pechos. Sentí que me acongojaba. Estaba sofocado, casi no respiraba. Volví a mirarla y... me guiño. Os lo juro: me guiño con esos ojos divinos. Y me habló. Me decía cosas suaves y dulces. Y la olí. La fragancia adictiva salía de su pecho generoso. Ya no pude pensar. Pasó el tiempo. Mis sentidos iban detrás de su hermosura.... ¡¡Ay!!.

Por Dios, no decírselo a mi mujer. ¡¡Ay!!.