miércoles, 30 de mayo de 2012

Escucha: Se le oye silbar.


A Basilio, o al Padre Basilio como le llaman casi todos, le resulta difícil recordar las vivencias que de crio tuvo en su pueblo con los otros niños. Entró al Seminario con apenas once años. Él era el hijo mayor. Sus padres no andaban mal: todos comían, pero una boca menos alivió el día a día de la familia. Ya entonces, el pequeño Basilio, era tranquilo, mucho más pacífico que los zagales amigos que apedreaban pájaros y él los lloraba. Ahora es feliz aunque desearía visitar Zaragoza.

La responsabilidad que le han encargado en el Monasterio le llena de orgullo. De sano orgullo espiritual. Por su carácter no está de cara a los visitantes, pero tiene toda la responsabilidad para hacer lo más cómoda posible la vida a sus otros doce compañeros de Orden. Raramente se le ve serio, hasta silba cuando está solo y pasea por el Claustro. Pero le gustaría visitar Zaragoza.

Hoy, el Prior le ha hecho el más feliz de todos. Basilio, le ha dicho el prior: “Tienes que hacer algo que ningún otro hermano puede hacer”. Lo que usted ordene, Padre, ha contestado el bueno de Basilio. Tienes que acompañar al hermano Julián que tiene que hacer unos encargos en Zaragoza.

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