lunes, 6 de febrero de 2012

Paseo por Segovia - 2011-12-08


Hace muchos años, más de veinte, vivían juntos dos hermanos en un pueblo de la montaña segoviana. Se llamaban Nicasio y Faustino. Nicasio, el mayor, era fuerte, varonil, alegre y un poco borrachín. Faustino, en cambio, era de natural enfermizo y tendente a pasar muchas horas, demasiadas para su hermano, en la Iglesia del pueblo.

Los dos hermanos habían heredado de sus padres y tíos tierras y vacas. Su madre, además, les había dejado ciento setenta mil duros de los de entonces que metieron en el banco. Podrían haber vivido cómodamente. Pero la bolsa de la que se saca y nunca se mete termina vacía. Trabajaban poco. El uno por la afición a la bebida y a las mujeres y el otro por su flojedad y su dedicación al ensimismamiento, terminaron con su fortuna.

El caso es que un día, después de darles cuentas Antonio el del Banco de lo penoso de su economía, los dos hermanos decidieron irse a comer a casa Manola, la tasca del pueblo, para buscar soluciones a su incierto futuro. Qué hacemos, preguntó Nicasio. Y Faustino, el hermano menor, le habló de que le habían ofrecido un trabajo al que podían ir los dos. Un descansado trabajo para proteger una Iglesia.

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