lunes, 11 de junio de 2012

Cuánto trabajo.


Cuánto trabajo., originalmente cargada por Jesús Figueroa Salán.

Sergio va detrás de su padre recogiendo piedras y las lleva a las distintas montoneras que, más o menos equidistantes, habitan sus tierras pobres y en renta. Su padre, Máximo, está arando. Maneja dos mulos grandes y hermosos, envidia de los del pueblo.

¡¡Arre macho!!.

Su madre, Elvira, se acerca con el almuerzo. Envuelto en un trapo grande a cuadros grises y azules, en un plato lañeado les lleva: pan, longaniza, y dos tomates. El botijo ya ha tenido cuidado Sergio de tenerlo siempre a la sombra de la encina para que esté el agua fresquita. Llega Elvira, manda Máximo parar a las bestias y Sergio levanta el botijo dejando que algunas gotas refresquen el bigotillo. Se saludan con sonrisas cortas y algún ¡¡eyyy!!. Se sientan dejando la poca sombra del único árbol a la mujer. Ella deshace el nudo del atillo y reparte el pan mientras ya Máximo está cortando los tomates y Sergio ha metido el primer bocado al chorizo.

No hablan ni casi se miran pero están a gusto los tres. Sergio está orgulloso de su padre. Elvira mira a Máximo y se estremece un poco recordando la noche pasada. Que bien le sienta la camisa recién zurcida. Lo que más le gusta a ella es acercarse a su hombre y apretarse a su espalda cuando lían la faja negra. Y también le gusta ayudarle a enrollarse los pies con esos trapos que acaba de lavar y anudarle las albarcas compradas la semana pasada en la feria de Medina.

Terminan de comer y se ponen las boinas, Elvira vuelve a hacer el atillo con el plato vacío y se vuelve al pueblo. Máximo, de reojo, se fija en su hijo joven y fuerte encaminándose al montón más cercano con una piedra grande y pesada, y se acuerda de cuando él mismo empezó aquella montonera yendo detrás de su padre.

1 comentario:

  1. Jesús, me encantan tus fotos, me encantan tus textos. Tus historias son llenas de matices tiernos y vivas. En serio, plantéate hacer un libro y me apuntas uno.
    Beso

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