lunes, 16 de abril de 2012

Hay sitios que al cambio lo llaman Anicca


Erase un vez un hombre tan gordo, tan gordo, tan gordo, que aún siendo joven ya no necesitaba ingerir ningún alimento más para seguir viviendo durante, como mínimo, otros veinticinco años. Se llamaba Ramón y era pelirrojo.

Ramón se dio cuenta de que no debía comer más cuando una mañana se levantó de la cama como pudo, fue al baño, entró de lado como siempre y se miró al espejo. Casi todos los días miraba a la luna al afeitarse pero aquel día lo hizo viendo su roja barba intacta. Estoy tan gordo, pensó Ramón, que no debo comer más. Y así lo hizo.

Los primeros veinticuatro años los llevó bien pero en el mes de febrero de su vigesimoquinto año de ayuno, al mirarse al espejo antes de afeitarse, Ramón vio, con horror, que su roja barba había tornado en blanca. Y se dijo: No debe ser bueno dejar de comer, es verdad que me levanto de la cama de un salto, bajo las escaleras de cuatro en cuatro, corro, brinco, ahorro, pero nunca me han gustado los de blanca barba.

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