domingo, 10 de febrero de 2013

Segovia


Segovia, originalmente cargada por Jesús Figueroa Salán.

Don Bernardo de Otero bajó de su caballo blanco. Le estaban esperando. Estaba amaneciendo y, aunque el frío hacia rechinar sus dientes, su corazón bailaba el ritmo que todos los que van a experimentar la verdad comparten.

Bernardo entró en aquella misteriosa iglesia, subió a la sala capitular por las escaleras de la izquierda. Le esperaban el maestro de ceremonias y los hermanos. Todos vestidos de blanco. En todos aquella cruz roja. Le desnudaron. Le pidieron que jurara cumplir con todas las reglas de la Orden. Le enseñaron y se fueron. Bernardo quedó solo. Subió a ese tercer piso, juntó sus piernas y sus brazos, se acurrucó, cerró los ojos, y se hizo amigo del tiempo.

Llegó el momento. Abrieron la puertecita de aquel útero espiritual. Le ayudaron a bajar. El Gran Maestre le abrazó, le lavaron y le vistieron con el manto blanco en el que aquella cruz roja vibraba. Hicieron entrar a Martín, se reconocieron, se abrazaron y ya nunca se separaron.

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